Llevaba la palabra soberbia proyectada en su cara,
de eso no cabía la menor duda, pues se jactaba
de ser el mejor y estar siempre por encima de los demás.
Él era el único y exclusivo centro del universo, eso creía,
todo en este mundo tenía que girar a su alrededor…
Su infinita altanería no conocía límites,
ni tampoco fronteras su gran arrogancia y egolatría.
Yo existía diminuta para él, se creía un ser superior, un petulante
al que mi sencillez y espontaneidad decía que le degradaba.
Eso me reprochaba, a cualquier hora del día yo ya no le servía,
por eso me dejó, no estaba a la altura de su gran pedantería.
¿Cuándo quedaba con sus clientes qué esperaría de mí?
Nunca pude saberlo con exactitud, todo eran recriminaciones a
mi aspecto, a mi modestia y a mi humildad, por no ser una mujer impostada
y creada, para mayor ostentación de su propia vanidad.
Sí, me dejó sin miramientos, sin reparos ni explicaciones,
dejándome con la palabra en la boca, pues yo no merecía la pena…
Y, sin quererlo, ese fue el mayor regalo que me pudo hacer.
Llegó mi redención sin apenas darme cuenta de cuánto me asfixiaba y,
al poco tiempo de haber sido desengañada, empecé a sentir un gran alivio
al desligarme de su yugo cuando desapareció de mi vida.
Y, empecé a respirar con total libertad, comencé a disfrutar, a reír,
a vivir mi propia vida, con un orgullo sano y henchida de ilusión.
Al fin libre, ahora tenía que aprovechar la oportunidad de ser yo.
Alejaos de la soberbia, incluso cuando se disfrace de orgullo…
El orgullo es nobleza, la nobleza es honesta, leal y verdadera,
que no nos engañe ese disfraz que muchos soberbios utilizan.
12 abril, 2018
Señora Gandhi
Pues tiene usted razón, Señora Gandhi, la soberbia no lleva a ningún lado. Me parecen muy acertados estos párrafos.
Un relato que pone de manifiesto lo destructiva que puede ser la soberbia. Muy bien expresado.