(Poema en un tren de cercanías)
Esta es la historia de una complicidad desconocida, un romance que surge de la poesía…
Al atardecer de un luminoso día de junio, Ana regresaba a su casa en un tren de cercanías. Había tenido un intenso y difícil día lleno de tensiones, pero ya afortunadamente, terminado el curso universitario, había hecho su último examen de tercero en la facultad de Sociología donde estudiaba.
Ahora, se sentía relajada y satisfecha, el esfuerzo y los desvelos de días pasados habían merecido la pena. Las últimas pruebas que tenía pendientes le habían salido muy bien.
En el trayecto se había propuesto releer su libro de poemas favorito: “Alegría” de José Hierro. Lo llevaba siempre y se lo reservaba para cuando quería deleitarse y sumergirse en una burbuja de paz y armonía.
Hierro era su autor preferido, con el que se entendía y conectaba a la perfección. Como disfrutaba de cada verso que leía, algunos aprendidos casi de memoria. Quizás, hasta estuviera platónicamente un poco enamorada del hombre que había conseguido seducirla a través de unos renglones escritos con tanta sinceridad y que a ella tanta emoción le transmitían.
(Autorretrato de José Hierro)
Ana era una joven moderna, práctica y con los pies en la tierra que, a su manera, también era una soñadora a la que le gustaba internarse en un mundo por ella imaginado que de vez en cuando la sacaba de la rutina y cotidianidad de cada día. Tenía una gran capacidad para ilusionarse y amaba incansablemente la vida.
En el mismo vagón viajaba también Carlos, joven como ella y seguramente también alumno de la misma Universidad, ya que son muchos los jóvenes que viven en Madrid y tienen que desplazarse a localidades cercanas a estudiar por falta de plazas en las facultades más demandadas de la capital.
El chico se había fijado en ella desde hacía rato, cuando los dos esperaban en el andén la llegada de su tren. Le sonaba su cara, aunque no la conocía pues, de conocerla, nunca la hubiera podido olvidar. La muchacha era preciosa, tenía una hermosa sonrisa que destacaba dentro de un noble rostro iluminado por dos enormes ojos azules.
El tren llegó y los dos se subieron a él. Ella se sentó en el único asiento libre que quedaba en el vagón, junto a una mujer mayor. Él se había quedado de pie.
El muchacho seguía observándola. Le gustaba mirarla, era tan bonita que se sentía extrañamente hipnotizado por su belleza. Sin embargo, la chica estaba sin estar, completamente imbuida en su libro del que él sólo podía distinguir el título.
La señora que estaba junto a la joven se levantó y se preparó para salir en la siguiente parada. Carlos, que era la única persona que se había quedado de pie, se sentó junto a la chica cuando el asiento quedó libre. La joven apenas se dio cuenta de la persona que se había sentado a su lado. El muchacho, aunque disimuladamente, pudo ahora apreciar más de cerca el impecable cutis, el sedoso cabello y el agradable perfume de la muchacha.
Entonces, Carlos posó sus ojos sobre el libro y se puso a escrutar furtivamente el texto de la lectura de su compañera de viaje. En ese momento, pareció pararse el tiempo quedando suspendido entre las líneas de un poema y sus pensamientos….
RESPUESTA
Quisiera que tú me entendieras a mí sin palabras.
Sin palabras hablarte, lo mismo que se habla mi gente.
Que tú me entendieras a mí sin palabras como entiendo yo al mar o a la brisa enredada en un álamo verde.
Me preguntas, amigo, y no sé qué respuesta he de darte, hace ya mucho tiempo aprendí hondas razones que tú no comprendes.
Revelarlas quisiera, poniendo en mis ojos el sol invisible, la pasión con que dora la tierra sus frutos calientes….
Siguió leyendo clandestinamente y al final encontró la respuesta:
Y, ¿cómo saber si me entiendes?
¿Cómo entrar en tu alma rompiendo sus hielos?
¿Cómo hacerte sentir para siempre vencida la muerte?
¿Cómo ahondar en tu invierno, llevar a tu noche la luna, poner en tu oscura tristeza la lumbre celeste?
Sin palabras, amigo; tenía que ser sin palabras como tú me entendieses.
Ana terminó de leer el poema y levantó la cabeza del libro un poco ausente y reflexiva. De pronto, volvió su rostro hacia el muchacho y se encontró con la mirada dulce y tibia de Carlos que le mandaba un mensaje.
Un mensaje lleno de amor y de ternura que le daba la respuesta que buscaba con sus pensamientos.
18 noviembre, 2014
Ana María Pantoja Blanco
Qué maravillosa la respuesta del amor!