Hace tiempo me contaron la leyenda del “Hombre Pez” y, como me la contaron os la cuento yo.
Sucedió allá por el siglo XVII en Liérganes, un pueblo de Cantabria.
Francisco era el hijo de una familia de labradores. Tenía quince años cuando sucedieron los hechos y era el más joven de cuatro hermanos. A él lo que más le gustaba era ir al río a pescar y también a nadar, cosa que hacía muy bien.
Todo esto era tan normal en su familia como en cualquier otra. Pero sucedió que su padre salió un día a cazar y tuvo tan mala suerte que persiguiendo un jabalí cayó por un barranco y se mató.
Eso cambió la vida de Francisco, pues su madre, con otros hijos y sin recursos, le envió a Bilbao a aprender el oficio de carpintero y allí se fue. Y cuentan que pasado el tiempo y siendo la víspera de San Juan, se fue con sus amigos a bañarse al río. Ya hemos dicho que le gustaba nadar. Sin pensarlo dos veces se tiró al agua y nadó hasta perderse de vista. Como no volvía, los amigos fueron río abajo llamándole, pero ni contestó ni le vieron más y pensaron que la corriente lo había arrastrado y se había ahogado. No se volvió a saber nada de él.
Cinco años más tarde, en la Bahía de Cádiz, un grupo de pescadores estaba en su barca echando las redes cuando a lo lejos vieron salir del agua a un extraño pez, que enseguida se volvió a sumergir y volvió aparecer de nuevo un poco más lejos. Los pescadores no daban crédito a sus ojos, pues a los tres les pareció que se trataba de un hombre. Cuando se acercaron, el extraño ser desapareció.
Al día siguiente se repitió lo mismo y dispuestos los pescadores a capturarlo, le ofrecieron pan y cuando se acercó lo suficiente le echaron la red y así inmovilizado lo llevaron a tierra, donde comprobaron que efectivamente se trataba de un hombre. Estaba desnudo. Observaron que en la espalda y en el pecho tenía algo parecido a escamas. Sus ojos miraban con expresión asustada. Le preguntaron quién era, pero él no respondió. Le llevaron al pueblo y le cuidaron mientras intentaban hacerle hablar para saber cómo había llegado hasta las aguas de Cádiz, pero no lograron que respondiera.
Pasó el tiempo y un día en que le volvieron a preguntar, logró articular una palabra: “Liérganes”. En Cádiz no conocían esa palabra, pero un pescador que andaba por allí aclaró que él era de ese pueblo de Cantabria. Acudieron al secretario de la Santa Inquisición, que se hizo cargo de llevar la noticia a Liérganes, por si allí sabían dar razón de alguien que hubiera desaparecido víctima de un naufragio.
María, la madre de Francisco explicó que hacía cinco años que su hijo había desaparecido en la ría de Bilbao y le habían dado por muerto. Le llevaron a Liérganes y para estar seguros de que se trataba del hijo de María, lo subieron al Monte de la Dehesa diciéndole qué desde allí, él les guiara, cosa que hizo sin vacilar y llegó hasta la casa familiar. Su madre le reconoció, igual que sus hermanos y todos se alegraron de haberlo recuperado, pero él no mostró ninguna emoción ni entonces ni en ningún momento de los nueve años que vivió todavía. No hablaba y apenas comía y se le solía ver sentado en una piedra a la orilla del río Miera.
Dicen que era alto, con el pelo rojo, las uñas gastadas por el salitre y las escamas que lucía desde el cuello hasta el estómago y junto a la columna las fue perdiendo con el tiempo.
Solían hacerle encargos como recadero y cuentan que en una ocasión le enviaron a Santander para que llevara unos papeles a Pedreña, y, al no encontrar una barca que le cruzara se tiró al agua. Ante el asombro de todos, en pocos minutos llegó nadando a su destino.
Un día desapareció y nunca se le volvió a ver.
Así me lo contaron y así lo cuento yo.
Junio, 2012
Siloé
(En Liérganes se puede ver una escultura que le recuerda, en la orilla del río Miera, está sentado en una piedra mirando el agua en actitud pensativa)
Qué historia más curiosa Silvia y qué bien contada… muchas gracias.