Fernán Caballero

Fernán Caballero es el seudónimo de la escritora Cecilia Böhl de Faber y Ruíz de Larrea (1796 Morges, Suiza – 1877 Sevilla)

Tuvo que adoptar este sobre nombre para ocultar su identidad femenina en una sociedad donde estaba mal visto que las mujeres se dedicaran a la literatura, como otras escritoras anteriores habían hecho, superando así el obstáculo que le condicionaba su género para dedicarse a sus actividades intelectuales. Fue siempre fiel a sus convicciones, dedicó su vida a difundir sus ideas, que hoy se podrían considerar ecologistas y defendió a la mujer en sus aspiraciones de progreso y liberación.

“Porque se engañan mucho los que creen que la modestia y la humildad se ocultan siempre bajo la librea de la pobreza. No: los remiendos y las casuchas abrigan a veces más orgullo que los palacios”.

“Mis críticas son ligeras y sin hiel, porque no la hay en mi corazón, y la detesto en la literatura”.

Juan Cigarrón

Había un hombre, que se llamaba Juan Cigarrón, que discurrió ganar dinero haciéndose pasar por zahorí. Hizo su papel a la perfección; se dio tal importancia, gastó tanta fantasía, que alucinó a todo el mundo; porque habéis de saber que los hombres tienen una desgraciada propensión a creer lo que no deben creer.

Así fue qué Juan Cigarrón cobró por entonces una fama parecida a la que en nuestros días alcanzan otros engañabobos como él. Sucedió qué en el palacio del Rey, fue extraída una gran cantidad de plata labrada, y por más diligencias que se hicieron, no se pudo averiguar quiénes habían sido los perpetradores del robo. Como último recurso, le aconsejaron al Rey que mandase venir al famoso zahorí, para el que nada había oculto; advirtiéndole que este portento no siempre contestaba, sino que sólo lo hacía cuando estaba de humor para hacerlo. El Rey mandó venir a su presencia al zahorí, que, como pueden ustedes figurarse, se quedó muerto, y más muerto, cuando el Rey le dijo que le iba a encerrar en un calabozo, y qué si a los tres días no le había descubierto los autores del robo, lo mandaría ahorcar por embrollón y embustero.

¡Ya puedo prepararme a bien morir! pensó Juan Cigarrón cuando se halló en el calabozo. ¡Nunca me hubiese metido a zahorí, que me cuesta la torta un pan! Tres días de vida me quedan; ni uno más, ni uno menos. ¡Bien empleado te está Juan Cigarrón! Era el caso que la plata había sido robada por tres pajes del Rey, y que estos estaban encargados de llevarle al preso la comida. Cuando el primero de ellos se la llevó, exclamó Juan Cigarrón, aludiendo a los tres días de término que le había señalado el Rey: ¡Ay señor San Bruno, que de los tres ya vino uno! Como el paje tenía mala conciencia y había oído decir que para aquel zahorí no había nada oculto, se sobrecogió, y dijo a sus compañeros: -¡Perdidos estamos! El zahorí sabe que somos nosotros los ladrones. Los otros no le quisieron creer; pero al segundo día, cuando otro de los pajes entró en el calabozo a llevarle la comida, y oyó a Juan Cigarrón exclamar con dolor: ¡Ay San Juan de Dios, que de los tres he visto dos! salió más alarmado que el primero. -Razón tenías -le dijo a su compañero-; nos conoce y estamos perdidos. Así fue que cuando al día siguiente fue el tercero con la comida, y oyó a Juan Cigarrón que decía con desconsuelo: ¡Ay San Andrés, que ya los he visto a los tres! se echó a sus pies, le confesó el delito, le ofreció devolver toda la plata robada y a darle una gran regalía si no los delataba.

Pasados los tres días, el Rey mandó que trajesen al zahorí a su presencia, el que se presentó muy orondo y erguido. – ¿Con qué -preguntó el Rey-, me traes las noticias que te he pedido? -Señor -respondió Juan Cigarrón con mucha prosopopeya-, soy muy noble y muy filántropo para que pueda delatar a nadie, pero confío en que Vuestra Majestad se contentará con que por mi arte y poder se le devuelva la plata robada. -Sí, sí -respondió el Rey-; con que aparezca y vuelva a mi poder, me contento. ¿Dónde está? Juan Cigarrón se irguió, y respondió haciendo un gesto majestuoso: -Que vayan al calabozo en que he estado encerrado, y allí se encontrará. Así se hizo, y se encontró la plata, que allí habían llevado los pajes.

El Rey se quedó absorto y admirado, y se prendó de tal suerte de Juan Cigarrón, que le nombró zahorí mayor, adivino de cámara y acertador particular. Pero todo esto no le hacía gracia al agraciado, que estaba temblando que se presentase otra ocasión en que recurriese Su Majestad a su ciencia, de la que temía no salir tan airoso como de la pasada. Y no fueron vanos sus terrores, porque un día que paseaba el Rey por sus jardines, deseoso Su Majestad de tener otra prueba más del saber de su zahorí mayor, le presentó de repente su mano cerrada, preguntándole que era lo que en ella tenía. Al oír esta apremiante pregunta, el pobre hombre perdió la cabeza y exclamó: ¡De esta hecha, Juan Cigarrón cayó en la percha! El Rey abrió la boca, de la que se escapó un grito de admiración, y la mano, de la que se escapó un cigarrón, que era lo que en ella tenía. El Rey, en su entusiasmo, le dijo al feliz adivino que pidiera lo que quisiese, y fuese lo que fuese, le daba su palabra real de que se lo concedería; a lo que contestó en seguida: -Pido, Señor, que no me volváis a preguntar en la vida, no sea que la tercera sea la vencida.

Fernán Caballero, de su libro “Cuentos de encantamiento”.

Otro libro de la autora, como ejemplo del género que cultivaba, novela realista y costumbrista del siglo XIX.

1 comentario en «Fernán Caballero»

  1. Me sonaba este autor, pero no sabía que era una mujer.
    ¿Cuántas mujeres se lo habrán tenido que apañar para conseguir sus aspiraciones?
    ¡Chapó por Cecilia!

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