Como me seduce la historia de este piloto francés que escribió este precioso librito “Le Petit Prince”. Lo hizo estando exiliado en Estados Unidos al sufrir Francia el asedio los nazis. Publicado en 1943, fue el más traducido de la historia. Por la forma está considerado un cuento infantil, cuyas ilustraciones originales fueron hechas por su autor.
La obra narra el encuentro de un piloto perdido en medio del desierto, con un pequeño príncipe que dice venir de otro planeta, con quien traba una gran amistad. Este niño le cuenta sus historias interplanetarias con reyes, geógrafos, flores, zorros y más personajes, al tiempo que el piloto trata de reparar su nave.
El libro se basa en parte, en cuando Antoine de Saint-Exupéry siendo aviador cayó en medio del desierto y fue salvado por un beduino, también en su propia infancia y posteriores experiencias.
El principito fue publicado tan solo un año antes del fallecimiento del escritor en julio de 1944, cuando se le declaró desaparecido luego de subir a un avión caza en una misión de reconocimiento. Nunca pudo experimentar el autor toda la repercusión y popularidad que obtendría su libro.
No puedo publicar en mi blog el texto completo de esta obra tan querida por lo extensa, pero no podía dejar de mencionarla. Como muestra os dejo el capítulo XXI, uno de los más bellos de esta novelita corta que he vuelto a leer hace tan solo unos días y que me trae tantos recuerdos de mi infancia, pues era uno de los libros de texto que teníamos en clase de francés. Os recomiendo que lo leáis o releáis sí ya lo habéis hecho, es una delicia de prosa hecha poesía, con unos mensajes profundos y extraordinarios sobre la soledad y la naturaleza humana.
Capítulo XXI
Entonces apareció el zorro:
– ¡Buenos días! – dijo el zorro.
– ¡Buenos día! – respondió cortésmente el principito, que se dio la vuelta, pero no vio a nadie.
– Estoy aquí – dijo la voz –, bajo el manzano…
– ¿Quién eres tú? – preguntó el principito –. ¡Qué bonito eres!
– Soy un zorro – dijo el zorro -.
– Ven a jugar conmigo – le propuso el principito –. ¡Estoy tan triste!…
– No puedo jugar contigo – dijo el zorro –, no estoy domesticado.
– ¡Ah, perdón! – dijo el principito –.
Pero, después de una breve reflexión, añadió:
– ¿Qué significa «domesticar»?
– Tu no eres de aquí – dijo el zorro –, ¿qué buscas?
– Busco a los hombres – le respondió el principito. – ¿Qué significa «domesticar»?
– Los hombres – dijo el zorro – tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
– No – dijo el principito –. Busco amigos. ¿Qué significa «domesticar»? – volvió a preguntar el principito –.
– Es una cosa ya olvidada – dijo el zorro –, significa «crear vínculos…»
– ¿Crear vínculos?
– Claro – dijo el zorro –. Todavía no eres para mí más que un niño parecido a otros cien mil niños, y no te necesito para nada. Y, tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro parecido a otros cien mil zorros. Pero, si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo y yo seré para ti único en el mundo…
– Comienzo a entender – dijo el principito –. Hay una flor… creo que me ha domesticado…
– Es posible – dijo el zorro –, en la Tierra se ven todo tipo de cosas…
– ¡Oh, no es en la Tierra! – exclamó el principito -.
El zorro pareció muy intrigado:
– ¿En otro planeta?
– Sí.
– ¿Hay cazadores en ese planeta?
– No.
– ¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
– No.
– Nada es perfecto – suspiró el zorro.
Pero el zorro volvió a su idea:
– Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales. Me aburro, pues, un poco. Pero, sí tú me domesticas, mi vida estará llena de luz. Conoceré el ruido de unos pasos diferentes a todos los demás, los otros pasos me hacen esconder bajo tierra. Los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y, además, ¡mira! ¿Ves, allá lejos, los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo para mí es algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me hayas domesticado! El trigo, que es dorado también, me hará recordarte. Y amaré el ruido del viento en el trigo…
El zorro se calló y miró largamente al principito:
– Por favor… domestícame – le dijo-.
– Bien quisiera – respondió el principito -, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas.
– Sólo se conocen bien las cosas que se domestican – dijo el zorro-. – Los hombres ya no tienen más tiempo de conocer nada. Compran cosas ya hechas a los comerciantes. Pero como no existen comerciantes de amigos, los hombres no tienen más amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
– ¿Qué hay que hacer? – preguntó el principito -.
– Hay que ser muy paciente – respondió el zorro –. Te sentarás, al principio, más bien lejos de mí, así, en la hierba. Yo te miraré de reojo y no dirás nada. El lenguaje es fuente de malentendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca…
El principito volvió al día siguiente.
– Hubiese sido mejor – dijo el zorro – que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, ya desde las tres comenzaré a estar feliz. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. Al llegar las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuando preparar mi corazón… Los ritos son necesarios.
– ¿Qué es un rito? – inquirió el principito-.
– Es algo también algo demasiado olvidado – dijo el zorro –. Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días, una hora de las otras horas. Mis cazadores, por ejemplo, tienen un rito. Los jueves bailan con las jóvenes del pueblo. Entonces los jueves son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores bailaran en cualquier momento, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida:
-¡Ah! – dijo el zorro… – , voy a llorar.
– Es tu culpa – dijo el principito -, yo no quería hacerte ningún daño, pero tú quisiste que te domesticara.
– Ciertamente – dijo el zorro.
– ¡Y vas a llorar! -dijo el principito-.
– ¡Seguro!, no ganas nada.
– Sí gano –dijo el zorro – he ganado a causa del color del trigo.
Luego añadió:
– Ve y visita nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Y cuando regreses a decirme adiós, te regalaré un secreto.
El principito fue a ver nuevamente a las rosas:
– Ustedes no son de ningún modo parecidas a mi rosa, ustedes no son nada aún – les dijo–. Nadie las ha domesticado y ustedes no han domesticado a nadie. Ustedes son como era mi zorro. No era más que un zorro parecido a cien mil otros. Pero me hice amigo de él, y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
– Ustedes son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Seguramente, cualquiera que pase creería que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es a ella a quien he regado. Puesto que es ella a quien abrigué bajo el fanal. Porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Puesto que es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro:
– Adiós – le dijo…-
– Adiós – dijo el zorro –. Aquí está mi secreto. Es muy simple: sólo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
– Lo esencial es invisible a los ojos – repitió el principito a fin de recordarlo -.
– Es el tiempo que has perdido en tu rosa lo que hace a tu rosa tan importante.
– Es el tiempo que he perdido en mi rosa… – dijo el principito a fin de recordarlo-.
– Los hombres han olvidado esta verdad – dijo el zorro –. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa…
– Soy responsable de mi rosa… – repitió el principito a fin de recordarlo-.
Aquí podéis escuchar un fragmento de «El Principito y la Rosa», narrado por Yolanda Adabuhi, e inspirado en “El Principito”.
Gran aprendizaje para todos.
Gracias Ana.
Gracias a ti Yolanda, preciosa tu locución.