No podía creer que la amenaza se cumpliera. Recorrió hacia atrás mentalmente todos los pasos dados. El terror le dejó paralizado, sintió un sudor frío y se llevó la mano al corazón, queriendo calmar las palpitaciones. Había leído que cuando te cortan la mano eres capaz de seguir sintiéndola y a él le pasaba algo parecido. Sentía el calor de la madera caliente en la mano y el sabor dulzón de la boquilla mezclada en la saliva de su boca.
Se sintió solo y desamparado allí en medio de la avenida mientras la gente le empujaba y le zarandeaba cuando pasaba a su lado.
-¡Quítese de en medio, hombre!- le increpó algún transeúnte.
-Perdón- le decían los más educados.
Sabía que esto podía pasar, le había dado indicios de la situación con más o menos insistencia.
Le había avisado que el tiempo pasaba tanto para ella como para él, que estaba cansada, que cada vez que la encendía sentía arder sus entrañas, que la fatigaba el humo cuando él aspiraba y la exprimía por dentro. No podía soportar más de dos encendidos al día. Le avisó que el sabor de su boca ya no la hacía estremecerse y su mano acariciando su cuerpo hacía tiempo que no despertaba su deseo y sólo sentía que la aprisionaba.
Él, egocéntrico y egoísta no fue capaz de escucharla.
Por eso aprovechó un descuido suyo cuando se tropezó y chocó contra un joven, para abandonarle para siempre.
Tenía al menos la esperanza que su nuevo amo no fuera un gran fumador y la dejara descansar.
Abril, 2019
Sergia Sánchez Heras
Gracias Sergia por tu relato, nunca un objeto había tenido tanta necesidad de cambiar de vida, como en el amor, hay relaciones que deben romperse porque dejan de tener sentido… ¡Enhorabuena!
Un relato muy curioso, con una reflexión que se puede hacer extensiva a muchos momentos de la vida.
Muy interesante.
Me ha encantado, una vieja pipa necesita descansar