Cuantas veces hablamos de mitos, secretos e historias increíbles, de los que no tenemos ninguna prueba pero que nos fascinan y cuyos enigmas nos encantaría desvelar. Seres sobrenaturales que pertenecieron a otros tiempos o ciudades perdidas de las que apenas quedan huellas para descubrirlas, de las que el sólo hecho de poder demostrar su existencia, ha otorgado a muchas personas el sentido de su vida, y André era una de esas personas.
Fue un niño apasionado por la lectura y Julio Verne, en la segunda parte de su libro Veinte mil leguas de viaje submarino, le llevó en su Nautilus a visitar las ruinas de la Atlántida. Desde entonces quedó atraído por el mito de la ciudad perdida. Eran innumerables los libros y los artículos que sobre ese tema había leído y muchas las películas y los documentales que habría podido ver. Según estas divulgaciones son muchos los que como él creen que la Atlántida existió. Y, como decíamos, numerosos historiadores e idealistas han dedicado vidas enteras y todos sus recursos económicos en el empeño de encontrar esa isla ideal, sin éxito probado hasta ahora. Y, ese era su sueño, descubrir la misteriosa isla perdida.
André acababa de terminar brillantemente su carrera de arqueólogo en La Sorbona y se sentía más que preparado para emprender su extraordinaria aventura. Ahora, su principal preocupación consistía en encontrar a las personas adecuadas e integrarse en un equipo con el que compartir la ambición de descubrir la mítica ciudad. Estaba muy seguro de lo que quería hacer y de su sólida determinación por el camino a emprender. Y, no le fue difícil, su envidiable historial académico le abrió todas las puertas para sumarse a un grupo de expertos estadounidenses dirigidos por el Profesor en Arqueología Richard Freund de la Universidad de Hartford, que también querían alcanzar ese desafiante propósito. Sin pensarlo dos veces, se fue a Conneticut a reunirse con ellos y a poner a su disposición todo su patrimonio, sus recién adquiridos conocimientos y, lo más importante, su desmedido entusiasmo tan necesario para la difícil aventura que iban a emprender.
«Todo lo que se podía saber de la Atlántida estaba recogido en un libro escrito por el filósofo Platón alrededor del año 360 a. de C. y ese iba a ser su punto de partida. Una isla mítica mencionada y descrita en los diálogos de Timeo y Critias, que aparece como una potencia militar que existió nueve mil años antes de la época del legislador ateniense Solón, quien es el origen del relato. Ubicada más allá de las Columnas de Hércules, se la describe como más grande que Libia y Asia Menor juntas.
El poderío de la Atlántida fue tal que llegó a dominar el oeste de Europa y el norte del África, hasta ser detenida por la ciudad de Atenas. En ese mismo momento una catástrofe que no se describe, hizo desaparecer a la vez la isla y los ejércitos rivales, «en un solo día y una noche terrible». El mar donde estuviera la Atlántida se tornó innavegable a causa de los rompientes y pronto Atenas y los pueblos de Grecia olvidaron el suceso pues solo unos pocos sobrevivieron. En Egipto, en cambio, se preservó el recuerdo que miles de años más tarde llegó a conocimiento de Solón y, a partir de sus relatos y un manuscrito, a Critias el narrador.
La descripción detallada de la isla y la mención de que se trataba de una historia verdadera llevó a muchos investigadores a proponer diversas conjeturas sobre su ubicación y existencia. Del mismo modo, el hecho de que la fuente sea una tradición no comprobada y la evidencia de que en los diálogos se hace uso de la ironía, hizo que otros estudios considerasen a la historia como una invención literaria destinada a expresar ciertas ideas políticas de Platón.
Durante la Antigüedad y la Edad Media prevaleció la interpretación del relato como una alegoría, pero a partir de la época Moderna y, especialmente desde la segunda mitad del siglo xix, durante el Romanticismo, se multiplicaron las teorías sobre la Atlántida, identificándola con diversas culturas del pasado o con la cuna de la civilización. Algunos investigadores, sin embargo, admiten la posibilidad de que el mito haya sido inspirado en un fondo de realidad histórica vinculado a algún desastre natural».
Todo eso lo sabía André y nada le importaba la teoría de que toda esa increíble historia fuera sólo literatura, pues creía firmemente en la existencia de ese mito que durante siglos había intrigado a media humanidad. Pensaba que tendrían que quedar vestigios de tan trascendental centro de civilización y él, junto con sus nuevos compañeros, quería encontrarlos… Era joven y tenía toda la vida por delante, era un reto al que quería desafiar, en algún lugar algo increíble esperaba a ser descubierto.
Y en su cabeza no dejaba de escuchar esas frases tantas veces leídas y qué tanto le inspiraron, al igual que a muchos otros con semejantes inquietudes:
“Dentro de veinte años estarás más decepcionado de las cosas que no hiciste que de las que hiciste. Así que desata amarras y navega alejándote de los puertos conocidos. Aprovecha los vientos alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre” (Mark Twain).
“El mundo es un libro y aquellos que no viajan solo leen una página” (San Agustín).
2 mayo, 2017
Ana María Pantoja Blanco
El mito de la ciudad perdida de la Atlántida me apasiona, soy devorador de artículos y documentales sobre el tema.
Cuántos sueños despertaron está u otras historias, en otras épocas sueños sin final. Todos somos André.
La Atlántida, la ciudad perdida que se ha convertido en un mito, un reto para anteriores y futuras generaciones, con todo el encanto de los misterios sin resolver.