Virginia Woolf

Adeline Virginia Stephen “Virginia Woolf”, nació en Londres en 1882 y falleció en Sussex en 1941. Es una de las mejores escritoras del siglo XX y figura significativa del modernismo anglosajón.

Su tortuosa vida llena de depresiones ya que era bipolar, la compensaba con su escritura que, de alguna manera, la liberaba.

El libro «Fin de viaje» fue su primera obra publicada, en él habla de sus íntimos sentimientos y podría definirse como un tratado sobre su vida y la época que le tocó vivir. «Cada secreto del alma de un escritor, cada experiencia de su vida, cada atributo de su mente, se hallan ampliamente escritos en sus obras».

Sus novelas más representativas fueron «La señora Dalloway», «Al faro», «Orlando: una biografía» y su ensayo «Una habitación propia» cuyas reflexiones sobre las dificultades de las mujeres fueron muchas veces citadas por el movimiento feminista. «No hay barrera, cerradura ni cerrojo que puedas imponer a la libertad de mi mente».

Como pequeña muestra de su extenso y valioso legado, he querido compartir con vosotros un breve relato:

Lunes o martes (cuento breve)

Perezosa e indiferente, sacudiendo con facilidad el espacio de sus alas, conocedora de su camino, pasa la garza sobre la iglesia, bajo el cielo. Blanco e indiferente, ensimismado, el cielo cubre y descubre sin cesar, se va y se queda. ¿Un lago? ¡Quítale las orillas! ¿Una montaña? Sí, perfecto, con el oro del sol en las laderas. Cae desde lo alto.  Helechos, o plumas blancas, siempre, siempre…

Deseando la verdad, esperándola, destilando laboriosamente unas pocas palabras, deseando siempre (se inicia un grito a la izquierda, otro a la derecha; ruedas golpean divergentes; omnibuses se conglomeran en conflicto), deseando siempre (el reloj asevera con doce claras campanadas que es mediodía; la luz vierte escamas de oro; niños se arremolinan), deseando siempre la verdad. Roja es la cúpula; de los árboles cuelgan monedas; el humo sale lento de las chimeneas; ladrido, alarido, grito. «Compro metal»… ¿Y la verdad?

Como rayos orientados hacia un punto, pies de hombres, pies de mujeres, negros o con incrustaciones doradas (Esa niebla… ¿Azúcar? No, gracias… La commonwealth del futuro), la luz del fuego salta y deja roja la estancia, salvo las negras figuras y sus ojos brillantes, mientras descargan una camioneta fuera, la señorita Thingummy sorbe té en su mesa escritorio, y las vitrinas protegen abrigos de pieles.

Cacareada, leve cual hoja, rizada en los bordes, pasada por las ruedas, plateada, en casa o fuera de casa, reunida, esparcida, derrochada en diferentes platillos de la balanza, barrida, sumergida, desgarrada, hundida, ensamblada… ¿Y la verdad? Recordar ahora junto al fuego del hogar la blanca plaza de mármol. De las profundidades de marfil se alzan palabras que vierten su negrura, florecen y penetran. El libro caído; en la llama, en el humo, en las perecederas chispas; o ya viajando, la bandera en la plaza de mármol, minaretes debajo y mares de la India, mientras los espacios azules corren y las estrellas brillan… ¿la verdad?, o bien, ¿satisfacción con su proximidad?

Perezosa e indiferente la garza regresa; el cielo cubre con un velo sus estrellas; las borra luego.

Virginia Woolf : «La vida es sueño; el despertar es lo que nos mata».

La vida de la escritora estuvo marcada por frecuentes episodios depresivos causados por el trastorno bipolar que sufría desde muy joven, que le llevaron al suicidio. Virginia llenó sus bolsillos de piedras y se tiró al río Ouse donde se ahogó. Sus restos fueron incinerados y reposan enterrados bajo un árbol en Rodmell.

Virginia Woolf, antes de morir, escribió una conmovedora carta a su esposo Leonard Woolf. Os dejo la transcripción completa del texto que muestra el insoportable sufrimiento que le causa su devastadora enfermedad.

(Virginia con su esposo Leonard Woolf)

Querido Leo,

Estoy segura de que me vuelvo loca de nuevo. Creo que no puedo pasar por otra de esas espantosas temporadas. Esta vez no voy a recuperarme. Empiezo a oír voces y no puedo concentrarme. Así que estoy haciendo lo que me parece mejor. Me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todos los aspectos todo lo que se puede ser. No creo que dos personas puedan haber sido más felices hasta que esta terrible enfermedad apareció. No puedo luchar más. Sé que estoy destrozando tu vida, que sin mí podrías trabajar. Y sé que lo harás. Verás que ni siquiera puedo escribir esto adecuadamente. No puedo leer. Lo que quiero decir es que te debo toda la felicidad de mi vida. Has sido totalmente paciente conmigo e increíblemente bueno. Quiero decirte que… Todo el mundo lo sabe. Si alguien pudiera haberme salvado, habrías sido tú. No me queda nada excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir destrozando tu vida por más tiempo.

Y profundizando más si cabe en su trágica muerte, quiero adjuntaros un poema muy ilustrativo de la autora cubana Liliam Moro:

Piedras en los bolsillos de Virginia Woolf

Las toscas piedras llenaban tus bolsillos
porque no pretendías quedar flotando
como la dulce Ofelia.
El bastón lo dejaste colocado en la orilla
sobre la hierba húmeda.

El río te aguardaba.

Los aviones enemigos sobrevolaban
el cielo gris de Londres.

El río te aguardaba.

La gasolina escondida en el garaje
dispuesta para arder
antes de que tumbaran a patadas tu puerta
resultaba una opción demasiado dramática,
estridente.

El río te aguardaba,
te prometía un tránsito discreto
arropada con algas,
acompañada de diminutos pececillos.

A veces pienso
que quizás el impacto de tu cuerpo
con el agua tan fría
te hizo reaccionar,
pero ya tus gélidos y agarrotados dedos
no pudieron deshacerse con rapidez
de las pesadas piedras;
y fueron incapaces de mantenerte a flote
los adjetivos exactamente colocados,
los nombres tan cuidadosamente escogidos
en cada uno de tus párrafos
en esas construcciones sostenidas por un hilo invisible
donde la trama y el estilo y la vida
son una misma cosa;
no te ayudaron las últimas pruebas
que corregiste con esmero,
la desazón, las dudas ante un final que no te convencía
en tu última novela.

Este final tampoco.

Pero ahora te estás hundiendo sin remedio.
Imposible la segunda edición.

Lo primero que encontraron fue el bastón en la orilla.

Liliam Moro (nacida en La Habana en 1978)

 Virginia Woolf

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