Sofía y el poder del amor

Guillermo salió correteando de la habitación para acudir a la llamada de su tía que ya tenía la cena preparada. En el camino, tropezó con uno de sus juguetes al pisarse el inmenso pijama que le había regalado su padre, comprado seguramente por alguna secretaria con la mejor voluntad.

La tía Sofi, como así la llamaban los niños, estaba en la cocina con Paula, la hermana mayor que ya tenía nueve años, el pequeño apenas tenía cuatro. A Paula le encantaba ayudar a su tía a preparar la cena mientras oían su música favorita en la tablet que le regaló la tía Sofi por Navidad.

Existía una perfecta armonía entre los tres. Las dos chicas se ocupaban de Guillermo como si fuera el único niño de la familia. Paula, se sentía muy mayor e importante ayudando en todo a su tía. Llegaba del cole, merendaba y enseguida hacía sus deberes para estar libre cuando llegara Sofía de dar sus clases en la universidad, era su mejor amiga. Ambas se contaban como les había ido el día y comentaban entre risas bulliciosas los pormenores y novedades de la jornada.

Luego, siempre juntas, bañaban a Guillermo que venía como de costumbre bastante sustancioso de la guardería. Dejaban ordenada su ropa para el día siguiente y, a continuación, iban a preparar la cena mientras él se quedaba jugando con sus numerosos cachivaches o viendo dibujos en la tele.

Parecía que todos, poco a poco, lo estaban superando. Los tres eran una piña, una camarilla feliz donde parecía imposible que se hubiera instalado, en algún momento anterior, la tragedia en sus vidas. A base de amor y de cariño, ellos estaban remontado juntos el Everest.

Todos menos Fernando, el padre de los niños, que se había refugiado en su absorbente y estresante trabajo para no pensar y pasar las duras jornadas con el único objetivo de acabar rendido y reventado cada noche. Después de seguir un largo e intensivo tratamiento psiquiátrico, había sido capaz de incorporarse a su puesto de Directivo en una competitiva empresa de publicidad. Pero, era demasiado. Pasaba allí muchas horas, casi todo el tiempo del que disponía, trabajando como un condenado, y así lo sentía, como si tuviera algún grave delito que expiar.

Sus hijos eran su único tesoro y el sacarlos adelante su exclusiva ambición. El éxito en el trabajo le importaba bastante poco, pero, paradójicamente, estaba en la cima de su carrera. No se paraba a pensar que lo que no les dedicaba a los niños era tiempo que es, esencialmente, lo que los críos más necesitaban. Se machacaba a conciencia y no rechazaba acudir ni a viajes ni a reuniones, siempre disponible, una bicoca para cualquier empresa.

Por sus hijos se sentía tranquilo, ya que Sofía cuidaba de ellos a la perfección y él pensaba erróneamente que con ella tenían cubiertas todas sus necesidades.

Guillermo y Paula habían sido la única razón que le había impedido a Fernando romper con todo tras el golpe mortal que sufrió al perder a Alicia. Si no fuera por ellos, no le valdría la pena vivir.

Procuraba evitar pensar en todo aquello que pasó, pues al recordar la traumática experiencia, caía en una fosa sin fondo donde lo único que hacía era sumirse de lleno en su tristeza. Entonces, una desesperación infinita, de la que le era muy difícil librarse, le envolvía durante semanas. Aún no estaba preparado para enfrentarse a la cruda realidad de plantearse la vida sin Alicia.

Sofía, con su gran ternura y amor, había conseguido recomponer la fracturada familia tan violentamente mutilada. Representaba el cariño, la seguridad y el cobijo para sus sobrinos. Era la madre que ya no tenían; cuando la necesitaban allí estaba y, además, la adoraban, era tan dulce y los quería tanto. Para ella, igualmente, los niños lo significaban todo; hacía tiempo que ya su universo anterior había dejado de interesarle. Ella restañaba heridas siendo la suya inconmensurable, pues también ella quería muchísimo a su única hermana a la que echaba tanto de menos.

Habían pasado ya tres años, pero aún le dolía a Sofía recordarlo. Aquella noche, al sonar el teléfono, notó que sus piernas se doblaban, lo había intuido. Un conductor homicida que circulaba borracho por dirección contraria se fue a estrellar contra el coche de Alicia y Fernando. Ella murió en el acto, él, misteriosamente, apenas sufrió daños físicos, pero quedó psíquicamente despedazado.

Fernando fue presa de una depresión atroz y, Sofía, como familiar más próximo, tuvo que trasladarse a vivir con los niños para cuidarlos. Paula y Guillermo eran demasiado pequeños y no tenían a nadie más que a ella. ¡Cuánto han cambiado las cosas!… Hoy Sofía no entendería su vida sin ellos.

Tras largos meses de tratamientos médicos, Fernando pudo incorporarse a su trabajo. Su profesión llenaba por completo sus horarios como una condena que asimismo se imponía. Y ganaba mucho dinero, más que nunca, para que a sus hijos no les faltase nada, sin imaginarse que lo que les faltaba era tenerlo a su lado, como un verdadero padre.

Y así era su vida. Mucho trabajo durante el día y por las noches, pesadillas. Desde que ocurrió, no había conseguido dormir una noche tranquilo.

Sofía siempre estaba pendiente de todos, también de Fernando. Innumerables veces acudió a su cuarto, al oír sus quejidos por sus malos sueños, para intentar calmarle.

Una de esas largas y tortuosas noches, Fernando estaba muy alterado, había vuelto a revivir la terrible pesadilla donde la trágica historia siempre se repetía. Sofía intentó tranquilizarle cobijándole en sus brazos, con la mayor dulzura, susurrándole al oído como hacemos cuando intentamos acallar el llanto inconsolable de un niño pequeño.

Poco a poco Fernando se fue serenando y dejó de temblar. Era un calvario el tener que soportar esa perpetua tortura. Sofía sufría también. ¡Qué injusto castigo para Fernando tener que pasar por esto!

Un sentimiento de ternura la invadió por completo, tanto, que incluso Fernando lo notó. Nunca antes había experimentado una sensación de paz como aquella. En el ambiente reinaba la quietud y la armonía, nada, salvo el amor de Sofía en el aire. Una luz indescriptible la iluminaba ahora.

Sofía rozó con sus labios la sien de Fernando y se retiró un poco para poder contemplar su rostro. Al separarse los cuerpos, se abrió la delicada blusa del pijama de Sofía dejando al descubierto sus bellísimos y cálidos senos, una visión impregnada de soberbio erotismo y deslumbrante hermosura. Él, por un impulso irreprimible, no pudo evitar acariciar su pecho. Ella, lejos de rechazarlo, lo atrajo hacia sí más si cabe, acercándole la mano a su corazón que latía con extraordinaria fuerza. Quería contagiarle la vida, la vida que él ya no vivía, transmitirle el aliento que le faltaba para respirar. En ese momento, él la miró y se dio cuenta de que así jamás la había visto, la pasión y el deseo incontrolable se apoderaron de él.

Una fuerza sobrenatural los atraía ahora sin remedio como queriendo reparar los grandes daños sufridos… el alma de Alicia los unía con un poder desmesurado, un poder inexpugnable, un poder desconocido, un poder de otra dimensión.

21 octubre, 2014
Ana María Pantoja Blanco

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