María se ponía muy contenta y rebosaba de ilusión cuando se iban acercando las fechas previas a las Fiestas de Navidad. Era su época del año preferida, pues le encantaba organizar las entrañables veladas navideñas que compartía con su marido, sus dos hijos y parte de la familia.
Enviaba crismas a los familiares y amigos más queridos, hechos a mano y personalizados, porque le gustaba transmitirles su cariño y sus buenos deseos. Y por tradición, intercambiaba con ellos la Lotería de Navidad, cuyo sorteo era el preámbulo de todo lo que quedaba por venir.
Cada año se ponía a cavilar para encontrar la mejor manera de sorprender a sus invitados, con pequeños y originales detalles que escondía entre las servilletas en las cenas que con tanto amor y esmero organizaba. La comida la aportaban entre todos: a unos les tocaba llevar los entrantes, otros se encargaban del plato principal y el resto de los vinos y cavas. Tampoco podía faltar el caldo de ave que preparaba la tía Cristina, que se esperaba con gran afición.
A María lo que gustaba era encargarse de los turrones y los dulces de Navidad. Hacía mucho tiempo que iba a comprarlos a un convento de monjas agustinas que hacían toda clase de deliciosas exquisiteces con las que deleitarse. Los disponía cuidadosamente en unas bandejas muy apropiadas que, unos amigos muy queridos, le compraron como regalo en un mercadillo navideño durante un viaje a Alemania.
Nadie escatimaba en nada, al contrario, todos se esmeraban en superarse año a año para satisfacer a los demás llevando lo mejor que se podían permitir.
Y, por descontado, todos agradecían la gran dedicación de María. Estaban encantados de que siempre ofreciera su casa y se ocupase de la organización de las fiestas, esa era segura garantía de que las Navidades serían perfectas.
Pero un fatídico año, en el puente de la Constitución – tan popular en esas fechas para disfrutar de unas breves vacaciones-, decidieron aprovechar para hacer un viajecito. Sin duda, para María, diciembre era el mes más bonito e ilusionante del año pues le ofrecía múltiples y variados motivos para entusiasmarse.
Antes de emprender viaje, ella ya se había encargado de dejar decorada la casa para los eventos navideños. Tenía muy buen gusto y el resultado era espectacular, sabía muy bien cómo sacarle partido a su hogar para que resultara de lo más acogedor. También tenía ya comprados la mayoría de los regalos, le quedaba sólo por rematar algún que otro detalle para concluir su tarea. Todo lo tenía pensado, a la vuelta ya se ocuparía de coordinar con sus invitados los menús de las celebraciones, eso era lo último que le quedada por hacer.
Siguiendo con su viaje, os cuento que habían resuelto ir a una estación de Esquí en los Pirineos catalanes. Los niños querían esquiar y sería reconfortante verlos disfrutar de la nieve. Eran buenos chicos y llevaban muy bien sus estudios, así que sus padres pensaron que se merecían esa recompensa. Aunque las vacaciones fueron cortas, lo pasaron estupendamente y se divirtieron de lo lindo, además tuvieron la suerte de gozar de un tiempo espléndido.
Al regreso, a mitad del camino de vuelta a casa, con un tiempo horrible que despuntó ese mismo día, sucedió la desgracia. Aunque salieron temprano, el viaje era muy largo y encontraron bastante tráfico por lo qué, faltando todavía bastante para llegar a su destino, se les hizo de noche. En ese nefasto e infortunado instante conducía María. Su marido le había pedido que le relevase, se sentía mal. Se estaba empezando a resfriar y tenía algo de fiebre, por lo que quería aprovechar para echar una cabezadita.
En una intersección, con muy poca visibilidad, un enorme camión no respetó el stop y arremetió contra ellos. Todos, excepto María, fallecieron en el accidente. Un milagro que ella nunca hubiera querido que se produjese pues, a partir de ese momento, quedó completamente rota y perdió todas las ganas de vivir.
Pasó mucho tiempo ingresada en un hospital para recuperarse de las múltiples lesiones físicas que el accidente le había ocasionado. También fue necesario que le prestaran atención psicológica por el trauma tan grande sufrido, aunque las heridas del alma nunca cicatrizaron y la desesperanza la invadió por completo.
Y, por supuesto, aparte de la vida también se le acabó la Navidad.
Aunque sus familiares siempre la atendieron y la cuidaron -María era una de las personas más queridas de la familia-, cuando llegaban esas fechas que tanto le gustaron en otro tiempo, sabían que ahora no había nada que hacer, ella solo tenía deseos de dormir y despertar cuando todo hubiera pasado.
Pero, he aquí que una soleada mañana de diciembre, pasados ya varios años desde la terrible tragedia, siendo María ya mayor, quizás más mayor de lo que sería normal para su edad debido a la desdicha que la había marcado para siempre. Bueno, como os iba contando, esa bonita mañana se levantó eufórica, con muchos deseos de celebrar la Navidad como antaño. Tendría que darse prisa para organizarlo todo, quedaban pocas jornadas para la Nochebuena. Tuvo que desempolvar todos los adornos y el belén, quería engalanar e iluminar la casa con ese ambiente navideño que antes le encantaba. También tendría que preparar un delicioso menú para su familia, sería una cena íntima. Sabía que vendrían, lo sentía, deseaba tanto abrazarlos y los esperaba con tanta ilusión.
Fueron días para ella de mucha actividad. Cuando llegó la Nochebuena María tenía todo preparado y un vistoso árbol resplandecía en el salón. Arreglada para la ocasión, se había puesto el vestido de fiesta que tenía guardado y que nunca llegó a estrenar, le quedaba perfecto. Luego se maquilló sutilmente, estaba muy guapa y se sentía muy feliz.
Se había encargado también de sacar la mantelería, la vajilla, la cubertería y las copas, reservadas para las celebraciones. Todo estaba listo. Aunque las sillas estuvieran vacías ella sabía que sus invitados iban a venir, no le iban a fallar. Y estaba convencida que iba a ser la Navidad más perfecta jamás soñada.
Pasó la Nochebuena y, al día siguiente, la asistenta que trabajaba para ella desde hacía varios años y la tenía gran aprecio, decidió pasar a visitarla por si necesitaba algo. En Navidad siempre le solía llevar una ración de la rica cena que preparaba la noche anterior para su familia. Estaba casi segura de que no habría comido. En esas fechas no pensaba otra cosa que tomarse un sedante y meterse temprano en la cama porque no quería saber nada de nada ni de nadie.
Como iba diciendo, la empleada llamó a la puerta y, como no obtuvo respuesta, entró en la casa con su llave. Encontró a María sentada en su sillón, parecía dormida. Advirtió que se había arreglado mucho, estaba bellísima, parecía rejuvenecida y, sobre todo, de su rostro emanaba una gran paz.
Sigilosamente se acercó a ella para despertarla sin que se asustase, pero enseguida se dio cuenta de que estaba fría, estaba muerta. Un aterrador escalofrío la recorrió entera. Inmediatamente llamó a los servicios de emergencias, aunque de sobra sabía que no había nada que hacer. Luego, reparó en que María había preparado la cena y organizado todo como para celebrar la Nochebuena. Era extraño que esperase a alguien, sus familiares y amigos habían dejado de llamarla para invitarla ante la imposibilidad de convencerla, lo que provocó que al final todos decidieran dejarla en paz.
Mientras esperaba a la ambulancia, la asistenta se sentó a su lado y le cogió la mano. Quería mucho a María, era muy bondadosa, una maravillosa persona que no se merecía la infelicidad con que el destino la había castigado. Se dio cuenta que llevaba puesta una preciosa pulsera que no le había visto nunca.
Se trataba de la pulsera que su marido le iba a regalar esa Navidad amarga que marcó su vida, y que nunca llegó a recoger de la joyería de un amigo a quien se la había encargado para darle una bonita sorpresa a su mujer. La pulsera llevaba grabada una inscripción “Feliz Navidad mi amor” y era la prueba de que su esposo había podido entregarle por fin su maravilloso regalo.
No había duda, estaba claro que su familia había acudido a la cita, tal y como ella esperaba. Habían venido a buscarla para celebrar las Navidades siempre juntos en su eternidad.
11 diciembre, 2022
Ana María Pantoja Blanco
Qué historia tan tremendamente triste, sobre todo en Navidad.
Es que en Navidad no todo es bonito, ni todos son felices, pues sigue existiendo la tristeza y la miseria. Estas fiestas, cuando todo está bien y tienes familia con quien disfrutarlas, son las más bonitas que hay. Sin embargo, también pueden ser las más crueles cuando alguien esta solo y no tiene nada con que celebrarlo. Ojalá el niño Dios pudiera repartir por igual todo su amor y alegría a todos los seres de la tierra, y que la humanidad fuera más comprensiva y solidaria. ¡Feliz Navidad amiga!
Es un cuento triste pero esperanzador, hay que llegar hasta el final.
Gracias Pedro, he querido reflejar que la esperanza y el amor está por encima de todo. ¡Feliz Navidad!
Querida Ana que Increíble cuento… muy sensible ♥️ y emotivo 😢 !! Un beso
Gracias Tañusa, conozco tu gran humanidad y tus buenos sentimientos, gracias por entenderlo. ¡Feliz Navidad!
Ana.
Aunque el drama y la tristeza esta presentes en el relato, yo me quedo con la felicidad que esa familia tuvo durante unos años, eso es algo que otros no tienen o tuvieron nunca.
Al fin se reúnen de nuevo.
Muy bien Ana.
Eso es un magnífico final.
Gracias Rosa, siempre aprendo tanto de ti.
Gracias por quererme y conocerme tan bien. ¡Feliz Navidad!
Es verdad que cuando los tuyos no están o están lejos, la Navidad duele mucho, duele la soledad y la falta de amor e ilusión.
Es verdad Sandra, en esos casos duele mucho.
Pero, como dice mi amiga Gemma: «cuando la Navidad duele, hay que tomar analgésicos».