Las malas lenguas son como puñaladas traperas
que hirieron de muerte a La Petenera.
Son como el silencio de mi pena negra.
Son tres cazadores que acechan su presa
y llevan navajas en sus fajas tersas.
No saben los hombres que soy Petenera,
y cuando lo sepan de lo que estoy llena,
morirán de rabia por mi pena negra.
Gitanas en el monte encienden candela
y en las llamas vivas quemaré mis penas.
Todo fue mentira de aquella tragedia,
no tengo testigos, ¡romance que quema!
Sólo yo y la luna, la luna lunera,
saben de la historia de La Petenera.
Es la seguiriya la que me conforta,
y con el taranto, olvido mis penas,
y en la soleá… entierro esta historia, ¡qué no fue verdad!
Rafael Pantoja Antúnez
De origen incierto, aunque se cree que el nombre proviene de una cantaora natural de Paterna de Rivera (Cádiz) llamada Dolores “La Petenera”, que vivió a finales del siglo XVIII, es un palo del flamenco de letras tristes y melancólicas por el sufrimiento y la nostalgia de lo perdido.
Según la superstición popular, tanto el baile como el cante de la petenera se suponía que traía mala suerte a quienes lo interpretaban. Aunque es bellísimo, algunos artistas lo evitaban.
Federico García Lorca también le dedicó este poema:
Muerte de la Petenera
En la casa blanca, muere
la perdición de los hombres.
Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.
Bajo las estremecidas
estrellas de los velones,
su falda de moaré tiembla
entre sus muslos de cobre.
Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.
Largas sombras afiladas
vienen del turbio horizonte,
y el bordón de una guitarra
se rompe.
Cien jacas caracolean.
Sus jinetes están muertos.
(Monumento a La Petenera, en Paterna de la Rivera)
Estos versos recuerdan una letra arquetípica:
Quién te puso Petenera
no te supo poner nombre,
que debía haberte puesto
la perdición de los hombres.
La Petenera se ha muerto
y la llevan a enterrar.
No cabía por la calle
la gente que iba detrás.
!Qué bonita semblanza de la Petenera!