Sucedió hace muchos años en la ciudad persa de Tabriz, famosa por sus alfombras. Había una tradición milenaria en su fabricación y, bien es verdad que los tiempos habían cambiado y los viejos telares habían ido sustituyéndose por otros más modernos, en que unas máquinas importadas de otros países más desarrollados ahorraban mucho tiempo en su ejecución.
El telar del que vamos a hablar estaba en un viejo edificio casi en ruinas, porque hacía mucho tiempo que había sido abandonado, y la suciedad reinaba por todos los rincones.
Pero sucedió que un día, el viejo telar, se movió y sin saber cómo, se le abrieron unos grandes ojos en el bastidor alto. Sorprendido él mismo, miró a su alrededor y después de contemplar lo que le rodeaba, sus ojos se llenaron de lágrimas mientras recordaba los viejos tiempos en que el taller estaba lleno de mujeres jóvenes y alegres que cantaban y charlaban mientras teñían las lanas y las sedas con las que después tejían bellas alfombras que más tarde se vendían a los maharajaes y otras gentes ricas del mundo. Recordó también a los niños jovencitos que eran los encargados de tejer las alfombras de seda, que requerían de sus delgados y ágiles dedos para anudar y cortar los finos hilos.
Miró hacia abajo y comprobó que una alfombra había sido empezada y así se había quedado. No tendría ni veinte centímetros de altura. Parecía bonita. Se movió a uno y otro lado buscando el modelo hasta que lo encontró. Estaba en el suelo, apenas se veía el dibujo por la cantidad de polvo que lo cubría. Siguió mirando aquí y allá hasta que vio un cesto en el suelo con lanas de colores, también cubiertas de polvo, otro cesto con tijeras, peines y cuchillos. Eran las herramientas propias del oficio. Le pareció que las lanas se movían e intrigado, se agachó y pudo comprobar que unos ratones estaban mordisqueándolas. “Malditos roedores” se dijo para sí. Siguió mirando y descubrió en unas estanterías muchas madejas de colores que parecían intactas. Volvió a mirar el trozo de alfombra que ya estaba hecho y concibió una loca idea: intentaría él mismo acabarla, así que limpió el boceto y lo colgó de la pared. Un espejo roto que estaba en un rincón lo utilizaría para reflejarse en él y seguir los pasos necesarios para acabar la alfombra.
No tardó en comprobar que la tarea era dura y lenta. Estaba muy desanimado y un día mientras pensaba en abandonar su plan, sintió de pronto un estruendo de cristales rotos, miró en la dirección del ruido y vio asombrado una pelota que rodaba hasta él y detrás un chiquillo que avanzaba temeroso. Repuesto del sobresalto, le dijo que podía pasar y recoger su pelota siempre y cuando le dijera quien era. El niño, lleno de estupor, se quedó paralizado unos instantes, luego miró en todas direcciones buscando al que había hablado, pero allí no había nadie y asustado cogió su pelota y salió corriendo.
Al día siguiente, el telar estaba tan concentrado en su trabajo, que no advirtió la presencia de dos personas. Uno era el niño y otro su padre, a quien había contado el susto del día anterior y éste curioso, quiso ir a ver el misterio de las voces que había escuchado su hijo. Los dos quedaron desconcertados al ver al telar moverse y pasar con soltura hebras de lana de vivos colores por la trama.
El padre dijo: -Mira hijo, esto no es posible, o estamos viendo visiones o aquí hay magia- El telar se volvió al escucharlos y se echó a reír de buena gana. Esta vez los dos, el padre y el hijo, salieron corriendo.
Al cabo de unos días la alfombra estaba terminada. El telar la miró reflejada en el espejo roto y se sintió satisfecho. Cortó sus hilos, barrió el suelo, la extendió y se quedó contemplándola., asombrado de lo que había hecho y cómo lo había conseguido. Estando así oyó un pequeño ruido; era un ratón que andaba buscando algo que roer. Le enfadó tanto verlo que cogió un palo y se lo tiró para ahuyentarlo. El ratón huyó, pero eso no era sorprendente, lo fue el que la punta del palito en el suelo comenzó a emitir destellos. El telar se aproximó con idea de cogerlo, pero antes de poderlo hacer, el palito salió volando hasta posarse sobre la alfombra. Lo que sucedió a continuación el telar no podía creerlo: la alfombra se levantó del suelo unos centímetros.
Estando así entraron de nuevo Hakim y Arib, que así se llamaban el padre y el hijo del que ya hemos hablado. El telar se quedó mudo, pero nuestros dos personajes pisaron la alfombra sin darse cuenta y ésta salió por la puerta abierta y se elevó y elevó sobrevolando toda la ciudad y regresando al viejo taller, donde llegaron emocionados y se apresuraron a contarle al telar todo lo que habían visto, pero éste permanecía en silencio mirando a la varita mágica que permanecía a su lado inmóvil y apagada.
Hakim no sabía que pensar ¿Será todo un sueño? No, su hijo estaba a su lado sumamente excitado. –Padre, padre, todo esto es verdad, quizá están enfadados por habernos ido con la alfombra mágica. Entonces Hakim comprendió: El telar era el autor de todo, seguramente la varita mágica le había ayudado y pensando con rapidez, le dijo a su hijo: -Arib esto es lo que vamos a hacer: Este viejo taller que ya no es de nadie, lo vamos a limpiar para que vuelva a ser el de sus buenos tiempos. Buscaremos gente que conozca el oficio y tú y yo lo aprenderemos y entre todos haremos bellas alfombras y las venderemos y no habrá en el mundo otras alfombras como éstas. El telar estará contento, ya no volverá a sentirse abandonado y la varita mágica también tendrá una misión-. Ésta, al oírlo se puso a golpear el suelo como si estuviera enfadada. – Está bien, está bien- dijo Hakim- solo harás volar las alfombras que tu elijas. Y esta vez la varita mágica hizo unos breves destellos de asentimiento al tiempo que el telar se doblaba sobre sí mismo en señal de aceptación.
Transcurrido el tiempo necesario para su puesta a punto, el telar que hacía tanto tiempo había sido abandonado, estaba preparado para volver a sentirse útil con ayuda de Hakim y Arib y la varita mágica.
A partir de entonces, las alfombras que salieron del telar se hicieron famosas en el mundo entero por su extraordinaria belleza. Alguna de ellas fue tocada por la varita mágica y regalada a personas muy especiales.
Y esta historia se ha acabado. Habrá quien no se la crea, pero es verdad que esto sucedió hace muchos años en Tabriz, antigua ciudad de Persia, hoy llamada Irán.
Septiembre, 2018
Silvia Vicente
Qué hermoso cuento Silvia… ¡Felicitaciones!