Oglethorpe Crater era un niño horrible y miserable. Adoraba atormentar a perros y gatos, arrancarles las alas a las moscas, y observar cómo se retorcían los gusanos mientras los estiraba lentamente. (Esto dejó de ser divertido cuando se enteró de que los gusanos no sienten dolor).
Pero su madre, que era tonta como ella sola, no advertía ni sus rarezas ni sus demostraciones de sadismo. Un buen día, cuando Oglethorpe y su mamá regresaron a casa desde el cine, la cocinera abrió de un portazo, presa de un ataque de nervios.
— ¡Ese niño espantoso atravesó una soga en los escalones del sótano, así que cuando bajé a buscar patatas me caí y casi me mato! —gritó.
— ¡No le creas! ¡No le creas! ¡Ella me odia! —lloró Oglethorpe con las lágrimas saltándole de los ojos. Y el pobrecito Oglethorpe comenzó a sollozar como si le hubieran roto su pequeño corazón.
Mamá despidió a la cocinera y Oglethorpe, el pequeño y adorado Oglethorpe, subió a su cuarto a clavarle alfileres a Spotty, su perro. Cuando mamá preguntó por qué Spotty estaba llorando, Oglethorpe le respondió que se había clavado un vidrio en una pata. Dijo que se lo arrancaría. La mamá pensó: «mi pequeñín Oglethorpe es un buen samaritano».
Entonces, un día, mientras se encontraba en el campo buscando más cosas a las que poder torturar, Oglethorpe descubrió un pozo profundo y oscuro. Gritó, creyendo que escucharía un eco.
— ¡Hola!
Pero una suave voz le respondió:
— Hola, Oglethorpe.
Oglethorpe miró hacia abajo pero no pudo ver nada.
— ¿Quién eres? —preguntó Oglethorpe.
— Ven, baja —le dijo la voz—, y nos divertiremos mucho.
De modo que Oglethorpe bajó.
El día transcurrió y Oglethorpe no regresó. Su mamá llamó a la policía y se organizó una batida de rescate. Durante algo más de un mes buscaron al pequeño y adorado Oglethorpe. Justo cuando estaban a punto de rendirse encontraron a Oglethorpe en un pozo, y bien muerto.
¡Y vaya manera de morir!
Tenía los brazos arrancados, de la forma en que lo hacen las personas cuando les arrancan las alas a las moscas. Le habían clavado alfileres en los ojos y mostraba otras torturas demasiado horribles de describir.
Cuando envolvieron su cuerpo (o lo que quedaba de él) y se marcharon, realmente les pareció escuchar una risa proveniente del fondo del pozo.
Stephen King
(Estados Unidos, 1947)
Lamento decir que el pequeño monstruito lo merecía!!